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de las Indias.

sin peligro; desto tambien son testigos Solino, cap. 44, y Pomponio, libro I, cap. 8.º Cuanto á lo que toca á la suciedad de comer aquellos rellenos estas gentes, quiérolas más excusar con otra más sucia obra que hacian mis españoles, porque aprendamos á no menospreciar nacion alguna por barbáricas costumbres que tenga, ni pensemos que, por tenellas cuan barbáricas sean, luégo nos deben sujecion y podemos maltratallas, ántes conozcamos la inmensidad de la deuda que á Dios debemos en sacarnos con su evangélica predicacion y doctrina de tanta y mayor ceguedad y barbaridad, y no cesemos de darle gracias. Cuenta Estrabon, libro III, página 110 de su Geografía, y Diodoro, libro VI, cap. 9, una costumbre de los españoles, aunque no de todos, tan vil y tan sucia, que no creo que bárbaro alguno del mundo tuvo jamás otra tal ni que tanto asco causase, la cual es esta, y sea referida salva toda honestidad y reverencia: Tomaban de los orines que estaban muy podridos en las letrinas que llamamos necesarias, y con ellos los cuerpos se lavaban. Otra era peor y más abominable, conviene á saber, que con la misma suciedad y estiércol de los hombres, así podrida y antigua, bien majada, los maridos y las mujeres se limpiaban muy bien los dientes; porque se vea qué tales estarian los labios y los carrillos por de dentro, y áun tambien los paladares: de lo cual escarnece harto Estrabon, y dice que vivian vida con costumbres brutales y depravadas. De aquí se suelta una duda que un religioso y varon de mucha bondad tuvo, cerca de los indios moradores de la provincia de Cumaná, Tierra Firme, cuya vecina era la isleta de Cubagua, donde solian las perlas pescarse; este religioso, viendo aquellos indios traer siempre aquellas yerbas, que arriba digimos causarles una costra muy negra en los dientes, dudaba y decia que aquella costumbre tan sucia y fea era grande inconveniente para que aquellas gentes recibiesen el Santo Sacramento del altar, y, por