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HISTORIA DE UNA ANGUILA

to, lo que les permite entrar en las tiendas de bebidas que hallan al paso y tomar algunas copitas de aguardiente.

En el cementerio se canta un responso. La suegra, la esposa y la cuñada lloran mucho, según la costumbre. Cuando los sepultureros bajan el ataúd al hoyo, exclama la esposa: «Dejadme ir con él»; pero no le sigue a la tumba, acordándose seguramente de la pensión que ha de percibir. Cuando todo se calma, Zapoikin adelántase y toma la palabra:


«¡Qué veo y qué oigo! ¡Si serán una pesadilla ese féretro y esas facciones desesperadas! No, por desgracia; no es un sueño, y los ojos no me engañan. Ese a quien vimos hace poco tan vigoroso, tan juvenil y tan entusiasta, que a la vista de todos llevaba una vida laboriosa, acarreando a la colmena del Estado el fruto de su trabajo..., aquí está, inmóvil, convertido en polvo... La muerte inflexible nos lo arrebató cuando él, a pesar de su edad, estaba en la plenitud de su fuerza y lleno de esperanzas. ¡Qué pérdida irreparable! ¿Quién lo podrá reemplazar? Ha sido esclavo de su honroso deber; no sosegaba nunca; pasaba las noches en vela; era honrado y desinteresado... Desdeñaba a quienes le incitaban a proceder en detrimento de los intereses públicos, a los que procuraban sobornarle haciendo brillar ante sus ojos los bienes terrenales. Hemos sido testigos cómo Prokopi Osipovitch repartía su pequeño