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cha comisión, podia ser causa de que se radicara el contajio y destruyera la mayor parte de su importante población.

El historiador Barros Arana dice que la introducción, en Chile, de la inoculación, «teniendo que luchar con todas las preocupaciones de la ignorancia, mayores aquí sin duda que en otras partes, debió costar esfuerzos infinitos que sólo la constancia superior y el prestigio sacerdotal del padre Chaparro pudieron vencer en parte;» y salvar á millares de infelices que antes eran pasto seguro de la guadaña inexorable de tan fatídica epidemia.[1]

El servicio de la inoculación fué encomendada en Copiapó á un religioso de San Juan de Dios, fray José María Solis.[2]

En la «Crónica de la Serena», de don Manuel Concha, sé halla una carta de don Joaquín del Pino, al representante de la autoridad en la provincia de Coquimbo, de la cual tomamos el acápite siguiente relativo á la inoculación:

«También convendría adoptar un método curativo conveniente á la benignidad de ese clima, consultando facultativos, si los hay hábiles en esa ciudad, ó de no á los de esta capital, según la experiencia moderna ha manifestado ser más propicio sin los abrigos i abundancia de remedios que se aplicaban antes, i sobre todo podria ese vecindario tratar seriamente sobre la inoculación que tan felizmente se usa en esta capital i demás partes de este Reino, i en muchas de Europa con lo que los pueblos se ven libres de tan mortal enemigo cuando por el

  1. En un informe del protomedicato—publicado en otro capítulo—se hallan indicadas las medidas precautorias para el buen éxito de la inoculación, las cuales fueron empleadas por Chaparro desde 1765. La aplicación del fluído no se hacía en invierno por la frialdad de la atmósfera y principalmente en Concepción por la densidad natural del cutis que tienen sus habitantes. Se debían estudiar las condiciones del sugeto, atendiendo á sus formas naturales ó patológicas; así, se aplicaban sangrías previas en los pletóricos; en los de diátesis biliosa con mucha acrimonia, se dulcificaba la masa de la sangre, con diluentes, y en los saburrosos de las primeras vias, purgantes; en los de constitución óptima de la sangre y humores no se efectuaban preparaciones, debiendo discernir todo esto un facultativo perito en su arte.

    Con repecto á lo que debía observarse en Concepción, en el mismo informe que analizamos—que lleva la firma de los Drs. Rios, Chaparro, Nuñez Delgado, Llenes y Sierra se indica la necesidad de crear dos hospitales provisionales, uno á barlovento para preparación de los inoculados y otro á sotavento para las inoculaciones, á fin de que aquellos que se disponen á la operación no se contagien con las exhalaciones de la ciudad, y para evitar que los otros, los ya inoculados, añadan miasmas al pueblo; al parecer del protomedicato el mejor lugar, para este último hospital, era la isla de Quiriquina.

  2. Expediente sobre inoculación de la Bacuna en la Villa de Copiapó.—Vol. 814.—Arch. del M. del I.—Año 1809.—36 pájs.