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la legión de honor; era un hombre influyente y reunía siempre en su casa abogados notables, diputados, literatos, una sociedad escojida, en que el joven Sazie vivió por algún tiempo, y que era propia para estimularle al trabajo, para despertar en él la mas justa de las ambiciones, la de ser algún dia un hombre eminente.

Con una intelijencia clara y flexible, con una actividad extraordinaria se le vió emprender el estudio de las ciencias naturales y distinguirse en todos sus cursos. Al mismo tiempo seguía las clases de medicina con un éxito brillante. Amigo del arte, ocupaba sus ratos de ocio en aprender la música, y en medio de la noche, cuando todos sus compañeros se entregaban al descanso, él trataba de imitar las inimitables melodías que había sentido exhalarse del májico violin de Paganini. El fruto de tan sorprendente actividad no podía dejarse esperar. El 10 de Julio de 1828 el joven Sazie recibía el grado de Bachiller en Ciencias y obtenía por oposición el honor de ser externo del Hotel-Dieu y del hospital de la Piedad; en 1830 se presentó á hacer oposición al internado, y después de una prueba brillante, fue admitido como interno en el hospital Necken y en el de San Luis.

Entregado ya exclusivamente al estudio de las ciencias médicas, su talento variado debía buscar otra fuente que calmase un tanto la sed insaciable de su espíritu. Desde entonces, apenas salia de sus clases, se le veía visitar ora el taller de un pintor, ora las cortes de justicia, donde podía oir la palabra de los más célebres abogados, ora la cámara de diputados, donde podía admirar la lójica severa y tranquila de Benjamin Costant ó la voz ardiente é incisiva de Casimiro Perier.

Entre tanto, Sazie era conocido de sus profesores mucho más de lo que su incomparable modestia pocha imajinar. El 12 de Febrero de 1831 recibía un pliego cerrado que contenia su nombramiento de Miembro de la Sociedad Anatómica, cuyo presidente era entonces el célebre anatomista M. Cruveilhier, y algunos dias más tarde se le nombraba Miembro de la Sociedad Frenolójica. En 1832 el cólera hacía grandes estragos en Paris, y Sazie iba á dar una prueba incontestable de abnegación y de valor. En medio de los horrores de un azote tan espantoso, no abandona el hospital, aumenta su ya prodijiosa actividad, hace autopsia de los coléricos que mueren, para estudiar las lesiones cadavéricas de la enfermedad; y las mujeres embarazadas que sucumben al peso de la formidable plaga, despiertan en la mente del joven problemas que trabajan incesantemente su espíritu.

¿Podría salvarse el producto de concepción practicando la