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hombre eminente; he ahí las razones que determinaron á recomendar al Gobierno de Chile como la persona más á propósito para llenar sus exijencías.

Rarísimo es encontrar reunidas en un solo individuo las cualidades que adornaban al doctor Sazie; el hombre que las posee es un hombre extraordinario. Veinte y siete años tenia cuando había dado ya tantas pruebas de intelijencia, y al llegar á nuestro suelo nadie sospechaba siquiera que aquel joven médico era algo más que un estudiante aventajado. Sin embargo, era mucho más que eso; era una alta esperanza de la Escuela de Medicina de París, era una gran intelijencia y un gran corazón.

Tal era Sazie cuando llegó á Chile, y aun cuando su carrera había sido brillante durante su permanencia en Francia, lo fue mucho menos que en los treinta y un años que vivió entre nosotros.

Al pisar nuestros playas, era esbelto y bien conformado; su fisonomía, animada por la juventud y embellecida por su alma, tenia, con todo, la severidad meditabunda del hombre serio y experimentado, y esa fué una de las causas de la confianza que se depositó en él desde un principio, á pesar de sus pocos años.

Profesor de Medicina desde su llegada al país tuvo en poco tiempo una clientela imposible de conservar para cualquiera otra persona que no hubiera poseído su expléndida enerjía física; y los médicos de entonces, que lo habían mirado sólo como á un joven intelijente y modesto, principiaron á comprender, sobre todo cuando pudieron apreciarlo como cirujano, que aquel joven no había escuchado en vano la palabra de los más grandes maestros del arte.

En poco tiempo hablaba con singular facilidad la lengua española, y su palabra elocuente é incisiva, que caía de sus labios con el prestijio de un alto entendimiento y de una instrucción vastísima, desconcertaba siempre á sus adversarios en las consultas á que era llamado con frecuencia.

Las familias escuchaban su opinión con la inquietud de un reo que se halla delante de un juez, porque sabían que tarde ó temprano los resultados la justificarían plenamente; en cualquiera situación en que el enfermo se encontrase, por más desesperada que fuera, la del doctor Sazie tranquilizaba á la familia; todos sabían leer en aquella frente serena y espaciosa un recurso inesperado, uno de esos razgos de jenio que le caracterizaban,

¿Cual era el secreto de esa confianza ciega que sabía inspirar? El secreto de esa confianza es preciso buscarlo en el talen-