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EDGAR POE.

momia con semblante fosco, y se puso escesivamente colorado. Mr. Gliddon se atusó las patillas y arregló el cuello de la camisa. Mr. Buckingham bajó la cabeza y se metió el dedo pulgar de la mano derecha en la orilla izquierda de la boca.

Miróle el Egipcio con torvo ceño por espacio de algunos minutos, y con burlona risa le díjo:

—¿Por qué no habla usted, señor Buckingham? ¿Ha oido usted lo que le he preguntado: si, ó no? ¿Hace usted el favor de quitarse ese dedo de la boca?

Mr. Buckingham se sobresaltó, quitó el dedo pulgar de la mano derecha de la orilla izquierda de la boca, y en justa compensacion de su obediencia se metió el dedo pulgar de la mano izquierdo en la orilla derecha de la susodicha abertura. La momia, no consiguiendo nada de Mr. Buckingham, dirigióse con cierta sorna á Mr. Gliddon, y le suplicó que le esplicase en conjunto cuáles eran nuestras intenciones.

Satisfizo por fin Mr. Gliddon los deseos del Egipcio en phonético, y á no ser porque en las imprentas norte-americanas no se encuentran caractéres geroglíficos, sería para mí del mayor placer trascribir integro y en lengua original su escelente discurso.

Aprovecharé esta ocasion para hacer notar que toda la conversacion subsiguiente tuvo lugar en Egipcio primitivo, sirviendo de intérpre-