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152 PANORAMAS DE LA VIDA

Pude, entónces echar una mirada sobre la persona de mi accidental compañero.

Era un jóven de abierta y simpática fisonomia. En lo alto de su frente, el abrigo del sombrero habia conservado, como una aureola, el color primitivo de su rostro, tostado por el sol de largos viajes ó rudos trabajos á la intemperie.

La hora, el lugar, la circunstancia fortuita de nuestro encuentro, y sobre todo, la diferencia de nuestras edades, establecieron luego entre nosotros la confianza. Juntos hicimos el café aplicando á su confeccion los conocimientos de ambos, y riendo de nuestra ciencia á la Brillat Saverin. Pero en el momento de servirlo, encontramos que no teníamos azúcar.

Mi compañero dejó tristemente su taza sobre piedra que nos servia de mesa, y se puso á mirarme con envidia tomar mi café á la turca.

Recordé entonces que llevaba en mi bolsillo una bombonera llena de esos microscópicos alfeñiques de azucar que, regalan á sus favorecidos, las monjas Concebidas de la Paz.

Vamos, niño mimado—le dije, vaciando en su taza el contenido de la bombonera, hé ahí endulzado el café. Tómelo V. y de hoy mas, habituese á las amarguras del paladar y á las de la vida.

En los labios del jóven vagó una triste sonrisa, que

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