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II— El huerto de las Hesperides

Y, liras del Edén, dícenle los ruiseñores que de su rama le plazca descansar á la sombra; y niños hermosos cual los ángeles, que con ellos huelgan y juguetean, tejiendo coronas y guirnaldas, ínstanle más y más.


Mientes no para Alcídes, y se apresura á internarse hacia donde, con su fragancia y rumorosas hojas, le atrae el naranjo que, por su fruta amarillísima, semeja un cielo de esmeralda con estrellas de oro.


Bajo frondosas arcadas, al son de dulce lira, gorjea, danza y retoza el juvenil corro de Hespérides; con pomas y cerezas juega en el musgo, y, saltando, desprende naranjas del ramaje.


Tras cortinas de jazmín y brionia, su madre, cercanos al suyo vacío, engalanaba siete tálamos nupciales, encubertándolos con lentiscos en flor, que ya con atavío de boda llegan los velados.


En medio de sus juegos é infantiles risas, cubierto con una piel de león, distinguen pronto al héroe; su atlético pecho, y su apostura marcial y campesina, á la par que las hechiza, pone tristura en su corazón.