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EL MANIQUÍ

que no llegaban cajones con las últimas novedades: trajes, sombreros y joyas que, después de contemplados y manoseados un día en el cerrado dormitorio, caían en los rincones ó se ocultaban para siempre en los armarios, como juguetes inútiles. Por todos estos caprichos pasaba el otro, con tal de ver á Enriqueta sonriente.

Estas continuas confidencias hacían pe. netrar lentamente á Luis en la vida de su mujer; seguía de lejos el curso de su enfermedad y no pasaba día sin que mentalmente se rozase con aquel ser, del que se había apartado para siempre.

Una tarde se presentó el cura con desusada energía. Aquella señora estaba en las últimas, le llamaba á gritos; era un crimen negar el último consuelo á una moribunda, y él no lo consentía. Sentíase capaz de llevárselo á viva fuerza. Luis, vencido por la voluntad del viejo, se dejó arrastrar y subió á un coche, insultándose mentalmente, pero sin fuerzas para retroceder... ¡Cobardel ¡Cobarde para siempre!

En pos de la negra sotana atravesó el jardín del hotel que tantas veces, al pasar