Página:La Condenada (cuentos).djvu/186

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como espoleadas por los esquilones que volteaban en las iglesias próximas; gente, en fin, que, al verlos metidos en el negocio, chillaría o se apresuraría a separarlos. ¡Qué escándalo! ¿Es que los hombres de bien no podían pegarse con tranquilidad en toda una Valencia?

En las afueras, el mismo movimiento. La mañana, con exceso de luz y actividad, envolvía a los dos trasnochadores como para avergonzarlos por su empeño.

El Menut sentía cierto decaimiento, y hasta probó a hablar. Reconocía su imprudencia. Había sido el vino y su falta de costumbre; pero debían pensar como hombres, y lo pasado..., pasado. ¿No pensaba Tono en su mujer y los chiquillos, que podían quedar más desamparados de lo que estaban? Él aún estaba viendo a su viejecita y la mirada ansiosa con que le siguió al abandonarla. ¿Qué comería la pobre si se quedaba sin hijo?

Pero Tono no le dejó acabar. ¡Gallina! ¡Morral! ¿Y para contarle todo aquello iban vagando por las calles? Ahora mismo le rompía la cara.