Página:La Condenada (cuentos).djvu/195

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Pero su conciencia de buen muchacho le replicaba con dureza: «Tú eres un pillo que finges ultrajes por conservar tu libertad. Te presentas como marido infeliz para seguir soltero, haciendo infelices de veras a otros maridos. Te conozco, egoista.» Y la conciencia no se engañaba. Sus cinco años de emancipación habían sido para él muy alegres; sonreía recordando sus éxitos, y ahora mismo pensaba con fatuidad en aquella desconocida que le aguardaba: alguna mujer que él habría conocido en los salones y tenía interés en rodear de misterio su pasión. Ella había tomado la iniciativa con una carta insinuante; después mediaron preguntas y respuestas en las planas de anuncios de los periódicos ilustrados, y, por fin, aquella cita, a la cual acudía Luis con la ansiedad que despierta lo desconocido.

El carruaje se detuvo ante San Antonio de la Florida. Bajó Luis, haciendo seña a su cochero de que esperase. Había entrado a su servicio, cuando él vivia aún con Ernestina; era el eterno testigo de sus aven-