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VENGANZA MORUNA

Apenas si se distinguían como puntos indecisos en el blanco camino las mujeres que marchaban al pueblo. Los pardos vapores del anochecer extendíanse á ras de los campos, la arboleda tomaba un tono de obscuro azul, y arriba, en el cielo, de color violeta, palpitaban las primeras estrellas.

Continuaron en silencio algunos minu tos, hasta que Marieta se detuvo con una decisión inspirada por el miedo... Lo que tuviera que decirle, lo mismo podía ser allí que en otra parte. Y la temblaban las pier: nas, balbuceaba y no se atrevía á alzar los ojos por no ver á su cuñado.

Á lo lejos sonaban chirridos de ruedas; voces prolongadas se llamaban á través de los campos, rasgando el silencioso ambiente del crepúsculo.

Marieta miraba con ansiedad el camino. Nadie. Estaban solos ella y su cuñado.

Éste, siempre con su sonrisa infernal, hablaba con lentitud... Lo que tenía que decirle era que rezase; y si sentía miedo, podía echarse el delantal por la cara. Á un hombre como él no le mataban un hermano impunemente.