Página:La Condenada (cuentos).djvu/67

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Y, preparando dos nudos corredizos, apresó el cuerpo del atún y lo llevó a remolque de la barca, tiñendo con sangre las espumas de las olas.

El viento los favorecía; pero la barca estaba inundada, navegaba mal, y los dos hombres, marineros ante todo, olvidaron la catástrofe, y, con los achicadores en la mano, encorváronse dentro de la cala, arrojando paletadas de agua al mar.

Así pasaron las horas. Aquella ruda faena embrutecía a Antonio, le impedía pensar; pero de sus ojos rodaban lágrimas y más lágrimas, que, mezclándose con el agua de la cala, caían en el mar sobre la tumba del hijo.

La barca navegaba con creciente rapidez, sintiendo que se vaciaban sus entrañas.

El puertecillo estaba a la vista, con sus masas de blancas casitas doradas por el sol de la tarde.

La vista de tierra despertó en Antonio el dolor y el espanto adormecidos.

-¿Qué dirá mi mujer? ¿Qué dirá mi Rufina? -gemía el infeliz.

Y temblaba, como todos los hombres