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LA ENEIDA

tras mas ella se enfurece, mas Apolo la sacude los frenos y le hace sentir su númen dentro de su pecho. Luego que se aquietó su rabiosa lengua y que su delirio hubo cesado, el magnánimo Eneas principio á hablarla asi: “No hay género de desgracia ¡oh virgen! que pueda ser para mi nuevo ó inesperado. Todo lo he previsto y á todo he preparado mi alma anticipadamente. Un solo favor te pido. Pues que se dice que en este lugar se encuentra la puerta del reino del lofierno y la tenebrosa laguna formada de los derrames del Aqueronte, que me sea permitido ir á presencia de mi padre y ver su rostro.

Abreme las sagradas puertas y enseñame el camino.

Yo le salve del medio de los enemigos, y cargándole en mis hombros, atravesé con él por entre las llamas y por entre mil espadas que me perseguian, El ha sido mi compañero en todo el viaje: conmigo ha recorrido todos los mares; y aunque débil ya, ha sufrido la cólera del cielo y de las olas de una inanera superior á nuestra adversa suerte y á sus cansados años. El mismo me pidió y ordenó que viniera á tu mansion á suplicarte este favor. Te ruego, pues, ¡oh virgen! que tengas piedad del padre y del hijo. Tú lo puedes todo; y no en vano Hecata te ha encomendado el cuidado de los bosques del Averno. Si Orfeo, haciendo oir su citara de la Tracia y sus melodiosos acentos, pudo volver á la vida los manes de su esposa[1]; si Polux redimió de la muerte á su hermano, y inuriendo alternativamente fue y volvió tan-