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L AF A N F A R L O

todos los refugios de la ociosidad pululan de seres de esta especie. Estos se identifican tanto con el nuevo modelo que no están lejos de creerse sus inventores. Hoy les vemos penosamente descifrando las páginas místicas de Plotino o de Porfirio; mañana admirarán cómo Crébillon hijo ha logrado expresar el lado frívolo y francés de su carácter. Ayer se entretenían familiarmente con Jerónimo Cardano; ahora se les ve jugando con Sterne o entregándose con Rabelais a todos los excesos de la hipérbole. Y son de hecho tan felices con cada una de sus metamorfosis que no reprochan ni un poco a todos esos grandes genios que se les hayan adelantado en la estimación de la posteridad. ¡Ingenua y respetable insolencia! Así era el pobre Samuel.

Hombre honesto de nacimiento y algo sinvergüenza para entretenerse, comediante por temperamento, representaba para sí mismo y a puerta cerrada incomparables tragedias o,