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CANTO DÉCIMOSEXTO

538 «¡Héctor! Te olvidas completamente de los aliados que por ti pierden la vida lejos de los amigos y de la patria, y ni socorrerles quieres. Yace en tierra Sarpedón, el rey de los licios escudados, que con su justicia y su valor gobernaba la Licia. El férreo Marte lo ha matado con la lanza de Patroclo. Oh amigos, venid é indignaos en vuestro corazón: no sea que los mirmidones le quiten la armadura é insulten el cadáver, irritados por la muerte de los dánaos á quienes hicieron perecer nuestras picas junto á las veleras naves.»

548 Así se expresó. Los troyanos sintieron grande é inconsolable pena, porque Sarpedón, aunque forastero, era un baluarte para la ciudad; había llevado á la misma muchos hombres y en la pelea los superaba á todos. Con grandes bríos dirigiéronse aquéllos contra los dánaos, y á su frente marchaba Héctor, irritado por la muerte de Sarpedón. Y Patroclo Menetíada, de corazón valiente, animó á los aqueos; y dijo á los Ayaces, que ya de combatir estaban deseosos:

556 «¡Ayaces! Poned empeño en rechazar al enemigo y mostraos tan valientes como habéis sido hasta aquí ó más aún. Yace en tierra Sarpedón, el que primero asaltó nuestra muralla. ¡Ah, si apoderándonos del cadáver pudiésemos ultrajarle, quitarle la armadura de los hombros y matar con el cruel bronce á alguno de los compañeros que lo defienden!...»

562 En tales términos les habló, aunque ellos ya deseaban derrotar al enemigo. Y troyanos y licios por una parte y mirmidones y aqueos por otra, cerraron las falanges, vinieron á las manos y empezaron á pelear con horrenda gritería en torno del cadáver. Crujían las armaduras de los guerreros, y Júpiter cubrió con una dañosa obscuridad la reñida contienda, para que produjese mayor estrago el combate que por el cuerpo de su hijo se empeñaba.

569 En un principio, los teucros rechazaron á los aqueos, de ojos vivos, porque fué herido un varón que no era ciertamente el más cobarde de los mirmidones: el divino Epigeo, hijo de Agacles magnánimo; el cual reinó en otro tiempo en la populosa Budío; luego, por haber dado muerte á su valiente primo, se presentó como suplicante á Peleo y á Tetis, la de argentados pies, y ellos le enviaron con Aquiles á Ilión, abundante en hermosos corceles, para que combatiera contra los troyanos. Epigeo echaba mano al cadáver cuando el esclarecido Héctor le dió una pedrada en la cabeza y se la partió en dos dentro del fuerte casco: el guerrero cayó boca abajo sobre el cuerpo de Sarpedón, y la destructora muerte lo envolvió. Apesa-