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LA ILÍADA

quitado la vida: el agua turbia bañaba el cadáver, y anguilas y peces acudieron á comer la grasa que cubría los riñones. Aquiles se fué para los peonios que peleaban en carros; los cuales huían por las márgenes del voraginoso río, desde que vieron que el más fuerte caía en el duro combate, vencido por las manos y la espada del Pelida. Éste mató entonces á Tersíloco, Midón, Astípilo, Mneso, Trasio, Enio y Ofelestes. Y á más peonios diera muerte el veloz Aquiles, si el río de profundos remolinos, irritado y transfigurado en hombre, no le hubiese dicho desde uno de los vórtices:

214 «¡Oh Aquiles! Superas á los demás hombres, lo mismo en el valor que en la comisión de acciones nefandas; porque los propios dioses te prestan constantemente su auxilio. Si el hijo de Saturno te ha concedido que destruyas á todos los teucros, apártalos de mí y ejecuta en el llano tus proezas. Mi hermosa corriente está llena de cadáveres que obstruyen el cauce y no me dejan verter el agua en la mar divina; y tú sigues matando de un modo atroz. Pero, ea, cesa ya; pues me tienes asombrado, oh príncipe de hombres.»

222 Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros: «Se hará, oh Escamandro, alumno de Júpiter, como tú lo ordenas; pero no me abstendré de matar á los altivos teucros hasta que los encierre en la ciudad y peleando con Héctor, él me mate á mí ó yo acabe con él.»

227 Esto dicho, arremetió á los teucros, cual si fuese un dios. Y entonces el río de profundos remolinos dirigióse á Apolo:

229 «¡Oh dioses! Tú, el del arco de plata, hijo de Júpiter, no cumples las órdenes del Saturnio, el cual te encargó muy mucho que socorrieras á los teucros y les prestaras tu auxilio hasta que, llegada la tarde, se pusiera el sol y quedara á obscuras el fértil campo.»

233 Dijo. Aquiles, famoso por su lanza, saltó desde la escarpada orilla al centro del río. Pero éste le atacó enfurecido: hinchó sus aguas, revolvió la corriente, y arrastrando muchos cadáveres de hombres muertos por Aquiles, que había en el cauce, arrojólos á la orilla mugiendo como un toro; y en tanto salvaba á los vivos dentro de la corriente, ocultándolos en los profundos y anchos remolinos. Las turbias olas rodeaban á Aquiles, la corriente caía sobre su escudo y le empujaba, y el héroe ya no se podía tener en pie. Asióse entonces con ambas manos á un olmo corpulento y frondoso; pero éste, arrancado de raíz, rompió el borde escarpado, oprimió la corriente con sus muchas ramas, cayó entero al río y se convirtió en un puente. Aquiles, amedrentado, dió un salto, salió del abismo y voló con pie ligero por la llanura. Mas no por esto el gran