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CANTO QUINTO

684 «¡Priámida! No permitas que yo, tendido en el suelo, llegue á ser presa de los dánaos; socórreme y pierda la vida en vuestra ciudad, ya que no he de alegrar, volviendo á mi casa y á la patria tierra, ni á mi esposa querida ni al tierno infante.»

689 De esta suerte habló. Héctor, de tremolante casco, pasó corriendo, sin responderle, porque ardía en deseos de rechazar cuanto antes á los argivos y quitar la vida á muchos guerreros. Los ilustres camaradas de Sarpedón, igual á un dios, lleváronle al pie de una hermosa encina consagrada á Júpiter, que lleva la égida; y el valeroso Pelagonte, su compañero amado, le arrancó la lanza de fresno. Amortecido quedó el héroe y obscura niebla cubrió sus ojos; pero pronto volvió en su acuerdo, porque el soplo del Bóreas le reanimó cuando ya apenas respirar podía.

699 Los argivos, al acometerlos Marte y Héctor armado de bronce, ni se volvían hacia las negras naves, ni rechazaban el ataque, sino que se batían en retirada desde que supieron que aquel dios se hallaba con los teucros.

703 ¿Cuál fué el primero, cuál el último de los que entonces mataron Héctor, hijo de Príamo, y el férreo Marte? Teutrante, igual á un dios; Orestes, aguijador de caballos; Treco, lancero etolo; Enomao; Heleno Enópida y Oresbio, de tremolante mitra; quien, muy ocupado en cuidar de sus bienes, moraba en Hila, á orillas del lago Cefisis, con otros beocios que constituían un opulento pueblo.

711 Cuando Juno, la diosa de los níveos brazos, vió que ambos mataban á muchos argivos en el duro combate, dijo á Minerva estas aladas palabras:

714 «¡Oh dioses! ¡Hija de Júpiter, que lleva la égida! ¡Indómita deidad! Vana será la promesa que hicimos á Menelao de que no se iría sin destruir la bien murada Ilión, si dejamos que el pernicioso Marte ejerza sus furores. Ea, pensemos en prestar al héroe poderoso auxilio.»

719 Dijo; y Minerva, la diosa de los brillantes ojos, no desobedeció. Juno, deidad veneranda hija del gran Saturno, aparejó los corceles con sus áureas bridas, y Hebe puso diligentemente en el férreo eje, á ambos lados del carro, las corvas ruedas de bronce que tenían ocho rayos. Era de oro la indestructible pina, de bronce las ajustadas admirables llantas, y de plata los torneados cubos. El asiento descansaba sobre tiras de oro y de plata, y un doble barandal circundaba el carro. Por delante salía argéntea lanza, en cuya punta ató la diosa un yugo de oro con bridas de oro también; y Juno, que