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Él con modestas voces, y bajando
Los ojos, dice : «¡Oh jóvenes beldades!
De mi apartaos, mientras estos lodos
Que el cuerpo cubren, anheloso lavo,
En mis miembros vertiendo los aromas
Que brío y sutileza le devuelvan.
¡Oh, mucho ha ya que se perdieron ambos!
Bañarme ante vosotras no es posible,
Que el rubor no consiente á vuestros ojos
Seguir mostrando mi presente estado.»
Las doncellas se alejan á sus voces
Dando á Náusica parte de sus hechos.
Ulises en las aguas entra luego,
Dejando en ellas el fangoso cieno
De que estan las espaldas y hombros llenos;
La espuma lava que su sien deslustra,
Y viste en fin las ropas que le diera
La piadosa princesa. En sus facciones
Minerva imprime mas grandeza y brillo.
A la flor del jacinto semejantes,
Sus rizados cabellos van bajando
Sobre la airosa espalda; de igual modo
Entre las manos del artista sabio
Que Palas y Vulcano amaestraron,
Esmaltado entre plata, brilla el oro.
En tal disposicion el héroe sale
De marcial hermosura fulgurante,
Y sentado se está en remota parte.
Náusíca fija en él la vista atenta,
Y á sus doncellas dice: «Oidme todas:
Sin consentir los Dioses no habrá sido
Que este estrangero á nuestras playas venga;
Primero, al verle, me pareció horrible;
Mas ora contemplar presume el ojo
Un Dios sublime del Olimpo sacro.
¡Oh si hallarse un mortal aquí pudiese
Cual el, que en nuestros climas se fijara