En fin, vestido cual abyecto esclavo,
Osó entrar en los muros enemigos
Como infeliz mendigo que imposible
Hallar fuera en las naves de los griegos.
Mostróse en tal estado á los troyanos
Sin que en él nadie á Ulises sospechara.
Yo le conocí sola y preguntéle;
Mas él eludió astuto mis demandas.
En fin, bañarse quiso, y á tal punto,
Dado me fué servirle á nuestra usanza.
Ungí su cuerpo y le cubri de ropas
Mas propias de su estado, y juramento
Hice en sus manos de no ser traidora
Ni, hasta el punto mismo, descubrirle,
En que á sus tiendas regresado hubiera.
Entonces me ostentó de los Aqueos
Los planes; pero luego, protegido
Por su alto genio, del troyano muro
Salió, muchos contrarios degollando
Y supo sin lesion tornar al campo.
Lloraban los troyanos; mas mi pecho
Gozaba intensamente de su llanto;
Que en mi tan solo ardian los deseos
De volver á la patria. Arrepentida,
De Vénus lamentaba la osadía
Con que arrancarme pudo á los Penates,
A la hija adorada y al consorte
Cuya virtud, talento y prendas nobles
Tanto exigen mis tiernas afecciones. »
— « ¡Oh si! mi dulce Helena, le contesta
El rubio esposo; á Ulises has pintado
Cual fuera. Muchos climas he corrido;
He visto muchos héroes; sus proezas,
Su portentoso genio he puesto en alto;
Mas cual Ulises nunca vi ninguno.
¿Qué cosa iguala el milagroso ingenio
Del enorme caballo en que encerrados
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