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LA ODISEA

381 Así dijo; y todos se mordieron los labios, admirándose de que Telémaco les hablase con tanta audacia.

383 Pero Antínoo, hijo de Eupites, le repuso diciendo: «¡Telémaco! Son ciertamente los mismos dioses quienes te enseñan á ser grandílocuo y á arengar con audacia; mas no quiera el Saturnio que llegues á ser rey de Ítaca, rodeada por el mar, como te corresponde por el linaje de tu padre.»

388 Contestóle el prudente Telémaco: «¡Antínoo! ¿Te enfadarás acaso por lo que voy á decir? Es verdad que me gustaría serlo, si Júpiter me lo concediera. ¿Crees por ventura que el reinar sea la peor desgracia para los hombres? No es malo ser rey, porque la casa del mismo se enriquece pronto y su persona se ve más honrada. Pero muchos príncipes aquivos, entre jóvenes y ancianos, viven en Ítaca, rodeada por el mar: reine cualquiera de ellos, ya que murió el divinal Ulises, y yo seré señor de mi casa y de los esclavos que éste adquirió para mí como botín de guerra.»

399 Respondióle Eurímaco, hijo de Pólibo: «¡Telémaco! Está puesto en mano de los dioses cuál de los aqueos ha de ser el rey de Ítaca, rodeada por el mar; pero tú sigue disfrutando de tus bienes, manda en tu palacio, y jamás, mientras Ítaca sea habitada, venga hombre alguno á despojarte de los mismos contra tu querer. Y ahora, óptimo Telémaco, deseo preguntarte por el huésped. ¿De dónde vino tal sujeto? ¿De qué tierra se gloría de ser? ¿En qué país se hallan su familia y su patria? ¿Te ha traído noticias de la vuelta de tu padre ó ha llegado con el único propósito de cobrar alguna deuda? ¿Cómo se levantó y se fué tan rápidamente, sin aguardar á que le conociéramos? Dado su aspecto no debe de ser un miserable.»

412 Contestóle el prudente Telémaco: «¡Eurímaco! Ya se acabó la esperanza del regreso de mi padre; y no doy fe á las noticias, vengan de donde vinieren, ni me curo de las predicciones que haga un adivino á quien mi madre llame é interrogue en el palacio. Este huésped mío lo era ya de mi padre y viene de Tafos: se precia de ser Mentes, hijo del belicoso Anquíalo y reina sobre los tafios, amantes de manejar los remos.»

420 Así habló Telémaco, aunque en su mente había reconocido á la diosa inmortal. Volvieron los pretendientes á solazarse con la danza y el deleitoso canto, y así esperaban que llegase la obscura noche. Sobrevino ésta cuando aún se divertían, y entonces partieron y se acostaron en sus casas. Telémaco subió al elevado aposento que para