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LA ODISEA

296 Dijo. La argiva Helena mandó á las esclavas que pusieran lechos debajo del pórtico, los proveyesen de hermosos cobertores de púrpura, extendiesen por encima colchas, y dejasen en ellos afelpadas túnicas para abrigarse. Las doncellas salieron del palacio con hachas encendidas y aderezaron las camas, y un heraldo acompañó á los huéspedes. Así se acostaron en el vestíbulo de la casa el héroe Telémaco y el ilustre hijo de Néstor; mientras que el Atrida durmió en el interior de la excelsa morada y junto á él Helena, la de largo peplo, la divina sobre todas las mujeres.

306 Mas, al punto que apareció la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, Menelao, valiente en el combate, se levantó de la cama, púsose sus vestidos, colgóse al hombro la aguda espada, calzó sus blancos pies con hermosas sandalias y, parecido á un dios, salió de la habitación, fué á sentarse junto á Telémaco, llamóle y así le dijo:

312 «¡Héroe Telémaco! ¿Qué necesidad te ha obligado á venir aquí, á la divina Lacedemonia, por el ancho dorso del mar? ¿Es un asunto del pueblo ó propio tuyo? Dímelo francamente.»

315 Respondióle el prudente Telémaco: «¡Atrida Menelao, alumno de Júpiter, príncipe de hombres! He venido por si me pudieres dar alguna nueva de mi padre. Consúmese todo lo de mi casa y se pierden las ricas heredades: el palacio está lleno de hombres malévolos que, pretendiendo á mi madre y portándose con gran insolencia, matan continuamente las ovejas de mis copiosos rebaños y los flexípedes bueyes de retorcidos cuernos. Por tal razón vengo á abrazar tus rodillas, por si quisieras contarme la triste muerte de aquél, ora la hayas visto con tus ojos, ora la hayas oído referir á algún peregrino, que muy sin ventura lo parió su madre. Y nada atenúes por respeto ó compasión que me tengas; al contrario, entérame bien de lo que hayas visto. Yo te lo ruego: si mi padre, el noble Ulises, te cumplió algún día su palabra ó llevó al cabo una acción que te hubiese prometido, allá en el pueblo de los troyanos donde tantos males padecisteis los aqueos, acuérdate de la misma y dime la verdad de lo que te pregunto.»

332 Y el rubio Menelao le contestó indignadísimo: «¡Oh dioses! En verdad que pretenden dormir en la cama de un varón muy esforzado aquellos hombres tan cobardes. Así como una cierva puso sus hijuelos recién nacidos en la guarida de un bravo león y fuése á pacer por los bosques y los herbosos valles, y el león volvió á la madriguera y dió á entrambos cervatillos indigna muerte; de seme-