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LA ODISEA

la agradable población, se le hizo encontradiza Minerva, la deidad de los brillantes ojos, transfigurada en joven doncella que llevaba un cántaro, y se detuvo ante él. Y el divinal Ulises le dirigió esta pregunta:

22 «¡Oh hija! ¿No podrías llevarme al palacio de Alcínoo, que reina sobre estos hombres? Soy un infeliz forastero que, después de padecer mucho, he llegado acá, viniendo de lejos, de una tierra apartada; y no conozco á ninguno de los que habitan en la ciudad ni de los que moran en el campo.»

27 Respondióle Minerva, la deidad de los brillantes ojos: «Yo te mostraré, oh forastero venerable, el palacio de que hablas, pues está cerca de la mansión de mi eximio padre. Anda sin desplegar los labios, y te guiaré en el camino; pero no mires á los hombres ni les hagas preguntas, que ni son muy tolerantes con los forasteros ni acogen amistosamente al que viene de otro país. Aquéllos, fiando en sus rápidos bajeles, atraviesan el gran abismo del mar por concesión de Neptuno, que sacude la tierra; y sus embarcaciones son tan ligeras como las alas ó el pensamiento.»

37 Cuando así hubo dicho, Palas Minerva caminó á buen paso y Ulises fué siguiendo las pisadas de la diosa. Y los feacios, ínclitos navegantes, no se percataron de que anduviese por la ciudad y entre ellos porque no lo permitió Minerva, la terrible deidad de hermosas trenzas, la cual, usando de benevolencia, cubrióle con una niebla divina. Atónito contemplaba Ulises los puertos, las naves bien proporcionadas, las ágoras de aquellos héroes y los muros grandes, altos, provistos de empalizadas, que era cosa admirable de ver. Pero, no bien llegaron al magnífico palacio del rey, Minerva, la deidad de los brillantes ojos, comenzó á hablarle de esta guisa:

48 «Éste es, oh forastero venerable, el palacio que me ordenaste te mostrara: encontrarás en él á los reyes, alumnos de Júpiter, celebrando un banquete; pero vete adentro y no se turbe tu ánimo, que el hombre, si es audaz, es más afortunado en lo que emprende, aunque haya venido de otra tierra. Ya en la sala, hallarás primero á la reina, cuyo nombre es Arete y procede de los mismos ascendientes que engendraron al rey Alcínoo. En un principio, engendraron á Nausítoo el dios Neptuno, que sacude la tierra, y Peribea, la más hermosa de las mujeres, hija menor del magnánimo Eurimedonte, el cual había reinado en otro tiempo sobre los orgullosos Gigantes. Pero éste perdió á su pueblo malvado y pereció él mismo; y Neptuno hubo en aquélla un hijo, el magnánimo Nausítoo, que luego im-