Página:La Primera República (1911).djvu/161

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-No vi nada de eso, ni junto a la divinidad apareció persona humana».

Cuando el coche paró junto a la puerta de la escuela, sentí en todo mi ser un retroceso frío y súbito de aquel impulso temerario. Por un momento me asaltó la idea de retirarme. ¿No era descortés, no era impertinente que yo, sin ser invitado a ello, me presentase a Floriana poco antes de la hora precisa para emprender su viaje? La timidez y la delicadeza, que por algunos segundos paralizaron mi actividad, fueron pronto vencidas por la pasión. «Adelante -clamó esta dentro de mí-, adelante siempre». Ordené a Serafín que entrase antes que yo, como enviado extraordinario para prevenir mi visita, suplicando a la señora que antes de partir me concediese el honor de ofrecerle mis respetos... Viendo que mi embajador tardaba en volver más tiempo del que yo había calculado, bajé del coche y me metí en la casa. Recorrí el local de la escuela, donde no vi alma viviente ni oí ruido alguno. Acerqueme a una puertecilla del fondo, y tampoco vi nada. Ya la impaciencia y ansiedad derramaban fuego por mis venas, cuando apareció Serafín, trémulo y desencajado.

«Señor, señor -me dijo-. En esta casa hay duendes.

-¿La has visto?

-Sí, señor; está esperando a usted. Dice que pase al momento.

-¿Pero qué has dicho de duendes; estás tú loco?