Página:La Primera República (1911).djvu/180

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

donde veía la profusión de luces, el cual era como estrado con honores de presbiterio. Allí me colé de rondón, esquivando toda ceremonia. Vi divinidades risueñas, vestidas de clámide, calzadas de coturno, y con las sienes ceñidas de laurel. Vi a Mariclío, grande como el Tiempo, hermosa como la Verdad, plácida y grave como el genio de la Historia... Descendió del presbiterio a las anchas naves, donde los toros se atropellaban frente a ella, y proferían cariñosos mugidos. Con tiernas y sentidas voces les acarició, rascando suavemente sus testuces, manoseando sus afiladas cornamentas, y ellos alargaron sus hocicos húmedos lanzando sobre la Diosa calientes resoplidos.

Acerqueme a la Madre y le oí decir: «Bien venido seas a mí, pueblo viril y manso, sufrido y fiero. Te conozco desde que el viejo Túbal me trajo a la feraz Hesperia. Reposa, solázate en las praderas, y hártate de cuantas golosinas hemos dispuesto para ti: avena en grano, algarroba, chícharos, habas, tan frescas hoy como las que para ti sembraron mis primeros amigos los felices Iberos. Cuando comas y descanses, espárcete por estas encañadas donde encontrarás a tus hembras, las amantes vaquitas, y con ellas puedes refocilarte cuanto quieras...». Partieron y se dispersaron con alegre confusión los hermosos animales, y entonces Mariclío, al volverse, encaró conmigo, y ambos lanzamos una exclamación de júbilo.

«Ven acá, Titín -me dijo levantándome