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doña Cabeza, a Candela o a Delfinita la funeraria?». La tercera de aquellas pícaras metió la cucharada en esta forma: «No conoces bien este mundo, que se parece al otro más de lo que tú crees. Penitencia y soledad hallarás aquí; mas esto no es eterno. La Madre es la misma sabiduría, y a las que pedimos cierta libertad nos concede lo que ordena el fuero de Naturaleza».

Resumió las opiniones Graziella con esta peregrina observación: «Entre las que aquí vamos, aluvión de mujeres, las hay de todas castas: santas, semi-santas, místicas de moco y baba, románticas, espiritadas; haylas también tiernas de corazón y místicas al revés o contemplativas en la esfera de lo corporal. A las que formamos esta pandilla, la Madre bondadosa nos convierte en vacas y nos deja ir por esas encañadas».

Saltó una de las otras diciendo con viveza: «Has revelado el arcano, trastrocando la verdad con alguna indecencia. Lo que debe saber Tito es que muchos de los toros que ha visto son hombres.

-Lo he dicho al revés -afirmó Graziella sin dejar de reír-, para que lo entienda mejor».

Estos y otros disparates que oí de aquellas bocas desaprensivas, llenaron mi ánimo de tal confusión que no sabía qué juicio formar de aquel mundo en que había caído. ¿Era un mundo de guasa mitológica con ribetes picarescos, un fermento trasnochado del paganismo, traído a la vida moderna como leva-