do. Dorita se puso a coser en máquina. Las otras disponían la tarea, canturreando a media voz. Manrique, acometido de un sueño imperioso, se tendió en el sofá. Yo llevé a Graziella junto a la ventana. Había llegado la ocasión de satisfacer las dudas que continuamente me atormentaban.
«¿Tienes tu cabeza bastante serena -le dije- para contestarme a unas preguntitas?
-Y la tuya, Tito, ¿está firme y fresca para que puedas preguntarme cosas con sentido? Porque yo, por mucho que beba, ya lo sabes, nunca pierdo el compás, digamos la brújula de mi entendimiento.
-Con toda mi serenidad y todo mi aplomo, te suplico me digas si la madre de Floriana es una marquesa o condesa que vive en un convento de Madrid.
-Es duquesa, Tito... Recordarás que yo, cuando me divertía escribiendo cartas en guasa a las señoras de la grandeza, le encajaba el título de Pata del Cid. Hoy está tronada y vive con otras dos viejas de su familia en las Comendadoras, como señora de piso. Hace días intentó catequizar a Floriana para que abandonase el siglo, como ellas dicen, y se metiese en vida monjil aristocrática. Pero Floriana no quiso entrar por ello y tomó la puerta... ¿Quieres saber más, curiosón novelero? Pues te diré que la duquesa tuvo esta niña de un santo clérigo a quien requirió para que le enseñara la Teología y le explicase el Cantar de los Cantares... Teología fue, que nació la linda criatura con las