Página:La Primera República (1911).djvu/234

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hasta franquear la puerta del Arsenal. Entramos en la Comandancia, donde algo tenía que hacer Fructuoso, y siguiendo luego por entre los edificios y talleres, llegamos a la dársena. ¡Qué hermosura! ¡Cómo me deleitaba ver aquel inmenso tazón rectangular, en cuyas quietas aguas flotaban inmóviles las naves más poderosas que en aquellos tiempos se conocían!

Advertimos gran movimiento a bordo y en tierra, y continua comunicación de gente afanosa transportando enseres y vituallas, en chinchorros, gabarras y lanchas de vapor. Junto a la machina vi a Gálvez rodeado de gentes de mar y tierra, y esperé que se aclarara el grupo para saludarle, pues de Madrid le conocía. Era de mediana estatura, doblado, fornido, de recios hombros; la cabeza grande y firme, atezado el rostro, la nariz ancha y algo aplastada, los ojos pequeños, vivos y muy a flor de cara, por lo que esta resultaba como un bajo-relieve. Su barba, bien poblada y negra, descendía del rostro hasta la mitad del pecho. Hablando en lo íntimo era dulce y candoroso como un niño; perorando en público sacaba una voz áspera y honda, con la que premiosamente expresaba su pasión fanática y sus indomables arrestos.

Viendo al fin un claro en la multitud, acerqueme a estrechar su mano. Saludome con afecto, y como yo le preguntase si se disponían a salir a la mar, me contestó con cierta jactancia pueril: «Teniendo como tenemos