Página:La Primera República (1911).djvu/245

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otro, no puedo fácilmente referirlo. ¿Fui o me llevaron hacia un lanchón lleno de gente, atracado en una de las escalerillas? ¿Bajé yo a la embarcación, o me metieron en ella manos blandas invisibles?... Desatracamos; los remos hendían a compás la quieta superficie del agua. Pronto llegó el bote a la escala de proa de la fragata. Subí, y al entrar a bordo, dos o tres personas desconocidas me saludaron por mi nombre.

Internándome en los grupos de marineros y soldados de Infantería de Marina, saliome al encuentro un señor vestido de paisano que, después de mirar un largo pliego lleno de nombres, me dijo: «Usted, señor don Tito Livio, aunque viene aquí enrolado como Contador, no es usted contador de cuentas, sino de acontecimientos, o como quien dice, el vigía de la Historia. Puede usted recorrer libremente toda la cubierta de proa desde el puente hasta el cabrestante, y por la noche ocupará uno de los camarotes de maquinistas, que está vacío».

Poco después de estar yo a bordo, subió al puente el General Contreras con sus ayudantes y el diputado Torre Medienta, que yo había visto en el Congreso, en los escaños de la Intransigencia. Me entretuvo agradablemente la operación de levar anclas. Hecho esto, la fragata se deslizó majestuosa por el cristal de las aguas. Creyérase que estaba quieta y que se movían los edificios del Arsenal, las casas de la población, los montes próximos y lejanos.