Página:La Primera República (1911).djvu/247

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de astros derramados como polvo luminoso en la bóveda inmensa y profunda. Mi pensamiento, en el ir y venir de la tierra al cielo, voló hacia la Madre augusta; a ella y a mi señora la sin par Floriana se encomendó mi espíritu pidiéndoles que me guiaran y socorrieran en los trances de aquella expedición, a que yo concurría por mandato y aviso de mis divinidades tutelares.

No puedo precisar el tiempo que duró mi éxtasis ante la belleza sideral y las imágenes que yo veía entremezcladas y confundidas con las más brillantes constelaciones. Después de media noche, me dijeron que descansaría mejor en el camarote de maquinista que me habían designado. En él me metí a punto que los marineros señalaban ya la luz de Águilas. Tumbado en la litera dormí hasta el amanecer. Me despertó la faena de baldeo, a la que siguió un movimiento general de toda la gente de a bordo. Estábamos frente a Almería.

Media hora después, las dos fragatas se aguantaban sobre máquina, a prudente resguardo de la población. A simple vista distinguíamos enorme gentío apiñado en el muelle, en las azoteas y en las alturas de la Alcazaba. El General Contreras mandó a tierra a su ayudante con la orden de que viniesen a bordo las autoridades. Pasó una hora. Vimos llegar un bote de la Comandancia del puerto trayendo a varios señores que, según oí, eran el Gobernador civil, el Cónsul inglés y comisionados de la Milicia Nacional y de los con-