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creyendo que se desplomaba el edificio. Furibundos golpes, como de grandes peñas que hirieran los peldaños, me recordaron la sugestión morbosa que padecí una noche transitando por la calle del Arenal y Puerta del Sol. Eran los pasos de una gigantesca figura invisible... Creí que la escalera se convertía en astillas. A mi parecer bajé rodando, a gatas, o no sé cómo... Pensé que el aire de la calle me despejaría la cabeza; pero no fue así.

En Floridablanca, Plaza de las Cortes y calle del Prado, el tremendo andar del ser misterioso hacía trepidar el suelo. Inclinábanse las paredes de las casas, como haciendo cortesías. Guiado por los pasos del fantasma entré en la calle del León. La terrible quimera, que no impresionaba mi vista sino mi oído, se desvaneció cuando me aproximé a la Academia de la Historia... Recobrada mi normalidad, se me ocurrió meterme en la portería de la docta casa y preguntar por doña Mariana. Los porteros, asombrados de mi pregunta, no me dieron razón.


IX

Sin salir de casa en tres días, enfermo del ánimo más que del cuerpo, supe que el Capitán General de Madrid señor Socías, al tener noticia de la huida de Figueras, ordenó a varios Generales y Brigadieres amigos suyos que se pusieran al frente de las fuerzas