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arrancando del pié de los cerros antedichos, vá descendiendo hácia el sur con bastante declive, en una extensión más ó menos de un kilómetro cuadrado.

La segunda se halla colocada en las faldas del cerro, desde su pié hasta la cumbre, y la tercera ocupa la meseta superior, ó sea el plano de la misma cumbre.

Difícil es darse cuenta de este enorme hacinamiento de ruinas que causan desde el primer momento una impresión de asombro y confusión. Nada más acertado que la comparación que hizo el Sr. Lafone Quevedo de que, al principio, «le parecieron viscacheras descomunales, porque á la distancia se presentan como montones de escombros con sus entradas correspondientes».

Pero como él mismo agrega: «luego que penetramos á lo edificado, comprendimos lo que había; pues todo ello era una serie de casuchas de piedras apiñadas como los panales de una colmena, de suerte que con la mayor facilidad y sin el menor riesgo, marchábamos á caballo sobre la cima de las murallas, que en parte tenían dos varas, y en lo general, más de una de ancho. De trecho en trecho llegábamos á unas sendas angostas que parecían ser las calles».[1]

El señor Lafone, como él mismo lo confiesa, no hizo sino un rápido paseo por las ruinas, sin tiempo para estudiarlas con detenimiento. Nosotros, más felices, acampando dentro de ellas, pudimos proceder á su estudio, satisfaciendo así el deseo por él mismo expresado más adelante.


La ciudad baja


Como he dicho ya, ésta ocupará una extensión de unas 8 cuadras ó sea un kilómetro cuadrado.

El suelo sobre el cual se halla edificada, desciende de norte á sur, y éste arranca desde la base del cerro, sin ser quebrado, presenta una serie de desniveles que forman, puede decirse, como escalones en dirección este á oeste, entrecortados por zanjones y pozos de dos y tres metros de profundidad, de forma irregular, y que, á trechos, se hallan separados por algo como terraplenes que se entrecruzan formando une especie de gran red.

Ahora bien, los indios han edificado sus casas aprovechando estos zanjones y pozos, que han rodeado de pircas cuya altura varía entre uno y tres metros, sosteniendo así los terraplenes que les sirvieron


  1. Londres y Catamarca, pág. 3. 1883.