ellos, sino en cuanto se les permite por orden de aquel gran Dios, cuyos juicios nadie los puede comprender plenamente y nadie justamente reprender.
CAPÍTULO XXIV
El mismo Sila, cuyos tiempos fueron tales que se hacían desear los pasados (sin embargo de que á los ojos humanos parecía el reformador de las costumbres), luego que movió su ejército para marchar á Roma contra Mario, escribe Tito Livio que, en ocasión de ofrecer sacrificios á los dioses, tuvo tan prósperas señales en ellos, que Posthumio (sacrificador y adivino en este holocausto) se obligó á pagar con su cabeza si no cumplía Sila todo cuanto tenía proyectado en su corazón con el favor de los dioses. Y ved aquí cómo no se habían ausentado los dioses desamparando los sagrarios y las aras, supuesto que presagiaban los sucesos de la guerra y no cuidaban de la corrección del mismo Sila. Prometíanle, adivinando los futuros contingentes, grande felicidad, y no refrenaban su codicia amenazándole los más severoa castigos; después, substentando la guerra de Asia contra Mitridates, le envío á decir Júpiter con Lucio Ticio que había de vencer á Mitrídates, y así sucedió; pero en adelante, tratando de volver á Roma y vengar con guerra civil las injurias que le habían hecho, y á aus amigos, el mismo Júpiter volvió á enviar á decirle con un soldado de la legión sexta, que anteriormente le había anunciado la victoria contra Mitrídates, y que entonces le prometía darle fuerzas y valor para reco-