ceso á efectuar alguna operación; diosa Murcia á la que con demasía los dejaba de mover, y hacía al hombre, como dice Pomponio, murcido, esto, es, demasiado flojo, dejado é inactivo; diosa Estrenua á la que los constituía diligentes. A todos estos dioses y diosas, agentes y excitadores los admitieron públicamente, pero á la que llamaban Quietud, porque concedía quietud y descanso, teniendo su templo fuera de la puerta Colina, no quisieron recibirla públicamente. Ignoro si fué esta deliberación indicio seguro de su ánimo inquieto, ó si acaso nos quisieron dar á entender que, el que adoraba aquella turba, no de dioses verdaderos, sino de demonios, no podía gozar de quietud y reposo, á que nos llama y convida el verdadero médico, diciendo: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis quietud y descanso para vuestras almas.» (1)
CAPÍTULO XVII
XI. Discite á me, quia mitis sum, et humilia corde, et invenietis requiem animabus vestris.