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La ciudad de Dios

de los hombres, que es una gloria vana, perderéis el de vuestro Padre, que está en los cielos». Pero, por otra parte; porque entendiendo estas expresiones en sentido contrario, no temiesen y dejasen de agradar á los hombres, y fuesen de menos fruto estando encubiertos, y siendo buenos, mostrándoles con qué fin se habían de manifestar. «Resplandezcan, dice (1), vuestras obras delante de los hombres, de suerte que vean vuestras buenas obras y glorifiquen á vuestro Padre que está en los cielos». Así que no lo practiquéis porque no os vean, esto es, no con intención de que pongan los ojos en VOSotros, pues por vosotros sois nada, sino porque glorifiquen á vuestro Padre que está en los cielos, porque, volviéndose ellos á Él, y poniendo en Él los ojos, sean lo que vosotros sois. Esta máxima siguieron los mártires, quienes se aventajaron y excedieron á los Scévolas, á los Curcíos y Decios, no sólo en la verdadera virtud (por lo que en efecto les hicieron ventaja en la verdadera religión), sino también en la innumerable multitud, no tomando por sí mismos las penas y tormentos, sino sufriendo con paciencia los que otros les daban. Pero como aquéllos vivían en la ciudad terrena, y se habían propuesto por ella, como fin principal de todas aus obligaciones, su salud espiritual é indemnidad, y que reinase, no en el Cielo, sino en la tierra, no en la vida eterna, sino en el tránsito de los que mueren y en la sucesión de los que habían de morir, ¿qué habían de amar y estimar sino la honra y gloria con que querían también después de muertos cuasi vivir en las lenguas de los pregoneros de sus alabanzas?

(1) San Mateo, cap. V. Luceant opera vestra coram hominibus; ut videant bona facta vestra, et glorificent Patrem vestrum qui in cælis est.