gloria no hacen caso de los juicios ajenos, se tienen por sabios y están muy pagados y complacidos de su cienciencia; porque la virtud de éstos, si es que es alguna, en cierto modo se viene á sujetar á la alabanza humana, puesto que el que está agradado de sí mismo no deja de ser hombre; pero el que con verdadera religión cree y espera en Dios, á quien ama, más mira y atiende á las cualidades en que está desagradado de sí, que á aquellas, si hay algunas en él, que no le agraden tanto como á la misma verdad, y esto con que puede ya agradar, no lo atribuye sino á la misericordia de aquel á quien teme desagradar, dándole gracias por los males de que le ha sanado, y suplicándole por la curación de los otros que tiene todavía por sanar.
CAPÍTULO XXI
Siendo cierta, como lo es, esta doctrina, no atribuya mos la facultad de dar el reino y señorío sino al verdadero Dios, que concede la eterna felicidad en el reino de los cielos á solos los piadosos; y el reino de la tierra á los píos y á los impíos, como le agrada á aquel á quien ai no es con muy justa razón nada place; pues aunque hemos ya hablado de lo que quiso descubrirnos para que lo supiésemos, con todo, es demasiado empeño para nosotros, y sobrepuja sin comparación nuestras fuerzas querer juzgar de los secretos humanos y examinar líquidamente los méritos de los reinos: así que aquel Dios verdadero que no deja de juzgar ni de favorecer