su muerte? Pero ni aun así debía matarse, si podia acaso hacer alguna penitencia que la aprovechase delante de sus dioses. Con todo, si por fortuna es así, y fué falsa la conjetura de que dos fueron en el acto y uno solo el que cometió el adulterio, cuando, por el contrario, se presumía que ambos lo perpetraron, el uno con evidente fuerza y la otra con interior consentimiento, en este caso Lucrecia no se mató inocente ni exenta de culpa, y por este motivo los que defienden su causa podrán decir que no está en los Infiernos entre aquellos que sin culpa se dieron la muerte con sus propios manos; pero de tal modo se estrecha por ambos extremos el argumento, que si se excusa el homicidio se confirma el adulterio, y si se purga éste se le acumula aquél; por fin, no es dable dar fácil solución á este dilema: si es adúltera ¿por qué la alaban? y si es honesta ¿por qué la matan? Mas respecto de nosotros, éste es un ilustre ejemplo para convencer á los que, ajenos de imaginar con rectitud, se burlan de las cristianas que fueron violentadas en su cautiverio, y para nuestro consuelo bastan los dignos loores con que otros han ensalzado á Lucrecia, repitiendo que dos fueron y uno cometió el adulterio, porque todo el pueblo romano quiso mejor creer que en Lucrecia no hubo consentimiento que denigrase su honor, que persuadirse que accedió sin constancia á un crimen tan grave. Así es que, el haberse quitado la vida por sus propias manos no fué porque fuese adúltera, aunque le padeció inculpablemente; ni por amor á la castidad, sino por flaqueza y temor del pudor que había de causarla presentarse en público afrentada. Tuvo, pues, vergüenza de la torpeza ajena que se había cometido en ella, aunque no con ella, y siendo, como era, mujer romana, ilustre por sangre y ambiciosa de honores, temió creyese el vulgo que la violencia que había sufrido en vida había sido con vo-