que esto es maldad, sin duda lo es el matarse, pues si pudiera haber alguna justa causa para hacerlo voluntariamente, ciertamente no habría otra más arreglada que ésta, y supuesto que ésta no lo es, luego ninguna hay para cometer un delito tau execrable. En esta inteligencia, ¡oh fieles de Jesucristo!, no os enfade vuestra vida: si de vuestra honestidad acaso se burló el eneinigo, grande y verdadero consuelo os queda si tenéis segura la conciencia en no haber consentido á los pecados de los que Dios permitió pecasen en vosotros.
CAPÍTULO XXVIII
Y si acaso preguntáis por qué permitió Dios tan horribles crímenes, diré con el Apóstol: «Alta es, sin duda, y que se pierde de vista la providencia del Au tor y Gobernador del mundo, incomprensibles sus juicios é investigables sus ideas y caminos» (1). Con todo, preguntádselo fielmente y examinad vuestras conciencias, no sea caso que os hayáis engreído demasiado por la gracia de la virginidad y continencia, ó por el privilegio de la castidad, y llevadas de la complacencia de las humanas alabanzas, envidiáseis también esta preFrogativa á otras. No acuso lo que ignoro, ni oigo lo que á la pregunta os responden vuestros corazones. No obstante, si respondieren que es así, no hay que maravillaros que hayáis perdido la fama y el honor con que pretendíais conquistar los corazones de los hombres, si (1) San Pable, ep, ad Rom., cap. II,