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San Agustín

que entre los otros vicios comunes á todos los hombres ocupaba el primer lugar, especialmente en los corazones de los romanos, después que salió con victoria respecto de muy pocos, y esos no muy poderosos, al finhabiendo quebrantado las fuerzas de los demás, los vino á oprimir también con el duro yugo de la servidumbre.



CAPÍTULO XXXI

Con qué vicios y por qué grados fué oreciendo en los romano.


el deseo de reinar.

Y ¿cómo había de aquietarse este deseo en aquellos ánimos soberbios, sino hasta el instante mismo en que con la continuación de las honras y dignidades acabase de llegar la potestad real que á todos sujetase? Lo cierto es que no hubiera habido facultad para continuar las dignidades en los sujetos, si no prevaleciera la ambición en las continuas intrigas con que se molestaban mutuamente. Tampoco hubiera dominado la ambición, sino fuera porque ya Roma estaba estragada con la abundancia de riquezas, deleites y festines: es innegable que el pueblo llegó á ser codicioso y vicioso en su trato y regalo por las propiedades pasadas, de las que debían cautelarse con estudio, como sentía prudentemente el insigne Nasica cuando era de dictamen que no se destruyese la ciudad más populosa, más fuerte y más poderosa de los enemigos, con el ánimo de que el terror refrenase el apetito, y, moderado éste, no excediese en sus regalos y deleites; templados éstos, no acometiesen á la codicia; y atajados estos vicios, floreciese, creciese y se fomentase la virtud, importante á la existencia del poder romano, permaneciendo y conservándose consi-