hermosos y delicados, sino del alma que apasionadamente ama los deleites corporales, dejando la templanza con que nos acomodamos á objetos espiritualmente más hermosos é incorruptiblemente más suaves. Ni la jactancia es vicio de la alabanza humana, sino del alma que impiamente apetece ser elogiada de los hombres, despreciando el testimonio de su propia conciencia. Ni la soberbia es vicio del que concede la potestad, sino del alma que perversamente ama su potestad, vilipendiando la potestad más justa del que es más póderoso. Y, por consiguiente, el que ama temerariamente el bien de cualquiera naturaleza, aunque la alcance él mismo se hace en lo bueno malo y miserable privándose de lo mejor.
CAPÍTULO IX
No existiendo, pues, causa alguna eficiente natural, ó si puede decirse a sí, esencial de la mala voluntad (porque de ella misma principia en los espíritus mudables el mal con que se disminuye y estraga el bien de la naturaleza), ni á semejante voluntad la bace, sino la defección con que se deja á Dios, de cuya defección falta sin duda también la causa; si dijésemos que no hay tampoco causa alguna eficiente de la buena voluntad, debemos guardarnos, no se entienda que la voluntad buena de los ángeles buenos no es cosa hecha, sino coeterna á Dios; porque siendo ellos criados y hechos,