cidas, y ésta, por lícita y honesta que es, quiere ser conocida, pero no vista. ¿Quién no sabe, en efecto, lo que pasa entre los esposos para la procreación de los hijos, puesto que, para ello, verifícanse los matrimonios con tantas ceremonias y solemnidades? Pues, sin embargo, cuando se reunen marido y mujer, no consienten que estén con ellos ni aus hijos, si ya los tienen. ¿De dónde nace esto sino de que, al practicar lo que es lícito por naturaleza, le acompaña también lo que es vergonzoso por la pena?
CAPÍTULO XIX
Los filósofos que se acercaron más á la verdad confesaron que la ira y el apetito sensual eran dos partes víciosas del alma, porque se mueven tan turbadamente y sin orden, aun en las cosas que la razón no prohibe, que tienen necesidad del gobierno de la razón, la cual, siendo, según dicen, la tercera parte del alma, está puesta en lugar preeminente para regir á aquellas dos partes, á fin de que, mandando la razón y obedeciéndola la ira y la liviandad, pueda conservar el hombre en todas las partes de su alma, la justícia. Las citadas partes, pues, que según dichos filósofos aun en el hombre sabio y templado son viciosas, para que la razón las refrene y desvíe, apartándolas de las cosas á que injustamente se mueven ó las suelte para las que permite y concede la ley de la sabiduría, como es la ira para ejercer el justo castigo, y el apetito sexual para la propagación de la especie humana; las citadas partes, repito,