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La ciudad de Dios

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CAPÍTULO XXIII

Cómo habló Dios & Abraham y le prometió que había de multiplicarse su descendencia como la multitud de las estrellas, lo cual creyó fué justificado aun estando todavia sin circuncidar.


Entonces también habló Dios á Abraham en una visión, y como le ofreciese su protección y extraordinarias mercedes y Abraham estuviese solicito y deseoso de tener sucesión, le dijo que un cierto Eliezer, criado de su casa, había de ser su heredero, y al momento le prometió Dios heredero, no al criado su casa, sino á otro que había de nacer del mismo Abraham, y otra vez vuelve á prometerle innumerable descendencia, no ya como las arenas de la tierra, sino como las estrellas del cielo, en lo que me parece que le prometió la descendencia, heredera de la felicidad celestial; pues por lo que respecta á la multitud, ¿qué son las estrellas del cielo para con la arena de la tierra? Sino es que alguno diga que también esta comparación se acomodó entonces en cuanto á que tampoco pueden contarse las estrellas; y, efectivamente, es creíble que no pueden verse todas, mediante á que cuanta es más sutil la vista de uno, tantas más alcanza á ver, y así, aun á los que ven con más perspicacia, con razón se sospecha que se les ocultan algunas además de aquellas que en la otra parte del orbe, distante por un dilatado espacio de nosotros, dicen que nacen y se ponen. Finalmente, todos los que se glorían que han comprendido y escrito el número de todas las estrellas, como Arato, Eudoso y otros, todos estos quedan en el concepto de ilusos y desacreditados con la irrefragable autoridad de las sagradas letras en el Génesis. Aquí es donde hallamos

Tomo III.
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