Página:La ciudad de Dios - Tomo III.pdf/335

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
333
La ciudad de Dios

CAPÍTULO VI

Del sacerdocio y reino judaico, los cuales, aunque se dice, fundados y establecidos para siempre, no subsisten, para que entendamos que son otros los eternos que se prometen.


Habiéndose profetizado entonces todos estos futuros acaecimientos con tanto misterio, énfasis ú obscuridad, al presente se ven y manifiestan con la mayor claridad.

Sin embargo, no en vano podrá alguno dudar y decir: «¿Cómo creemos que ha de suceder todo lo que en los libros sagrados está anunciado, que efectivamente se verificará, si esto mismo que dice allí Dios: tu casa y la de tu padre andarán delante de mí para siempre, no pado tener efecto?» Porque vemos mudado aquel sacerdocio, y que lo que se prometió á aquella casa) no esperamos que haya de cumplirse jamás, pues el que sucede á éste, que advertimos reprobado y mudado, es el mismo que se anuncia ha de ser el eterno. El que así raciocina, no entiende ó no advierte que hasta el mismo sacerdote, según el orden de Aarón, fué como una sombra del sacerdocio, que había de ser eterno; y cuando se le prometió la eternidad, no se le prometió á la misma sombra y figura, sino á lo que en ella se designaba y figuraba; y porque no se entendiese que la misma sombra había de permanecer, convino que se vaticinase igualmente su transformación. De igual modo el reino de Saúl, que, efectivamente, fué reprobado y desechado, era una sombra del futuro reino que había de conservarse en la eternidad, mediante á que el óleo santo con que fué ungido, y el crisma, de donde se dijo y llamó Cristo, se debe tomar místicamente, y entender que es un grande misterio, el cual reverenció tanto en Saúl el mismo David, que de terror le palpitó el