dad que tiene de quemar y dejarle la del resplandecer, como es la qué sale y resplandece por los ojos, ¿por qué no concederemos al sumo Dios (á cuya voluntad y potestad concedió el mismo el privilegio de que no se corrompan y mueran las cosas que tienen ser por generación, y que cosas tan diversas é incomparables, como son las corpóreas é incorpóreas entre sí unidas y conglutinadas no puedan desunirse y descomponerse de modo alguno) que pueda desterrar del cuerpo del hombre, á quien hace gracia de la inmortalidad, la corrupción, dejarle la naturaleza, conservarle la congruencia de la figura y de los miembros y quitarle la gravedad del peso? Pero al fin de esta obra, si fuese la voluntad de Dios, trataremos más particularmente de la fe de la resurrección de los muertos y de sus cuerpos inmortales.
CAPÍTULO XIX
Pues aunque no es lícito dudar que las almas de los difuntos piadosos y justos viven en perpetuo descanso, con todo, les fuera tanto mejor vivir con