sofos, entre las opiniones falsas que sostuvieron, pudieron advertir, las procuraron persuadir con largas y prolijas disputas y discursos, como es la de que este mundo le hizo Dios, y que Dios le gobierna con su Providencia; y cuanto enseñaron bien de la hermosura de las virtudes, del amor á la patria, de la felicidad, de la amistad, de las obras buenas y de todo lo que pertenece á las buenas costumbres, ignoraron á qué fin, o cómo esto había de referirse. Todas estas verdades se las han enseñado en la otra Ciudad, y recomendado al pueblo con voces proféticas, esto es, divinas, aunque por boca de hombres, y no introducido, á fuerza de disputas, argumentos y demostraciones, para que los que las entendiesen, temiesen despreciar, no el ingenio humano, sino el documento divino.
CAPÍTULO XLII
Estas sagradas letras también las procuró conocer y tener uno de los Ptolomeos, reyes de Egipto. Porque después de la admirable, aunque poco lograda potencia de Alejandro de Macedonia, que se llamó igualmente el Magno, con la cual, parte con las armas y parte con el terror de su nombre, sojuzgó á su imperio toda el Asia, ó por mejor decir, casi todo el orbe, consiguiendo asimismo, entre los demás reinos del Oriente, hacerse dueño y señor de Judea; luego que murió, sus capitanes, no habiendo distribuído entre sí aquel vasto y dilatado reino para poseerle pacíficamente, sino ha-