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Añádase á esto que las crecientes necesidades de lo superfluo, —más imprescindibles hoy de satisfacer que lo estricto necesario, y que engendra constantemente la civilización,— hacen que la vida se torne á su vez más dificil y que, á llenar sus exigencias materiales, no baste ya la sola actividad del hombre en la familia; por cuya razon la mujer no casada se ve forzada á proveer por si misma á lo inevitable, para no pesar como triste carga sobre los suyos, á las veces poco dispuestos ó quizá imposisibilitados para subvenir á esas obligaciones.

No es nuevo, sin duda, el problema. Desde siglos atrás, en las capas inferiores de la sociedad, la mujer ha trabajado materialmente á la par del hombre. Las clases medias la permitían el ejercicio del comercio y de la industria. Las clases elevadas, por el contrario, consideraban que la mujer para el hogar ó para los salones debía ser tan sólo destinada; transformando así, inconscientemente quizá, el concepto antiguo que la convertía en un ser inferior al hombre, y necesitada de su protección y