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LA GUERRA GAUCHA

de cabalgaduras y de vituallas para la tentativa; pues según mentaban los expertos, en la guerra superabundaban para el hijo del país, godos y vacas ajenas.

El viejo aquel apreciaba mucho al cantor, admirándole dos cosas sobre todo: la poesía y el coraje. Daba con gusto una vaquillona de pella por una copla, y una plaza de capataz al tercio por un revés de fantasía. Fanático por la Revolución, había renunciado al de que ennoblecía su apellido, y acababa de arruinar, hospedando tropas, un ingenio que constituía su principal haber.

Aunque algo majadero por la edad, su alegría emparejaba con su fortaleza. Conservaba todos los dientes; no hacía talón con la lengua cuando se afeitaba. Por espacio de veinte mil noches había leído con incansable entusiasmo un solo libro: la Historia de Carlo Magno y de los Doce Pares de Francia.

Sentado en su sillón de vaqueta, recogiéndose sobre las rodillas el balandrán de paño, sobresaliéndole las orejas de las botas que tragaban su calzón de prunela, sujeto á la nuca para no mortificar la sotabarba el sereno, con el rapé y las despabiladeras al alcance — hundía entre las páginas su nariz de nobiliario fuste, que la falta de bigote aun realzaba, y durante una hora rugían