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JARANA

las más feroces represalias, esto les encallecía el corazón. Luego, así vengaban á la guerrillera. Más padecería la pobre, siendo mujer...

Tampoco los maturrangos consideraban á los hijos del país; y los picaronazos aquellos se asfixiaron de lo lindo, mientras el cuero, pegándose á sus carnes, les desplazaba el espinazo en ajustes de torniquete.

Cuando el suplicio finalizó, rodaron hacia el río aquellos fardos, que ya sobre la ribera, un puntapié despachó á las aguas. Sumergidos un instante por el chapuzón, boyaron á la desfilada un poco, hundiéronse del todo, y la onda reemprendió su curso pellizcada de hoyuelos que la rizaban en arruguitas de cristal. De las osamentas nada más se supo.

Adentro, la vajilla de plata y un azafate de vidrio morado de Cochabamba, lucían sobre el mantel cuyo frumenticio olor difundía promesas de conforto. Bajo los árboles dominaba las conversaciones un pululante cascabeleo de frituras. Los botijos de chicha engarbullaban el retozo convival, y á gritos se discutía sobre los gallos.

—El negro!... tremendo en las patas y una luz en los revuelos...

—Sí, pero el guairabo le competía. No tan diligente, aunque más salidor y con más juego, equilibraba las probabilidades. Cuanto á compostura,