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JARANA

Osciló la maleza, al punto que roncaba una especie de rotunda guturación, y el tufo del felino llenó el aire. Ahora lo columbraba, aculado contra unos pedrones. Erizado el dorso, la jeta rozando el suelo, húmedos los lagrimales y mortecino el ojo, alastrábase en los disimulos del acecho.

El jinete puso de ancas su caballo hacia la fiera, y volviéndose la miró en los ojos. Veinte varas apenas los dividían.

Un talonazo, una rendada, y el parejero reculó un tranco.

Con el belfo pegado a los encuentros y el ojo flamígero, recogíase sobre sus corvejones, mientras el terror le amusgaba las orejas y le hispía la crin —retrocediendo á cada incitación. Y entre paso y paso cabía una eternidad.

El tigre atorábase de rugidos ante la proximidad del hombre que, sin pestañear, refrenaba su montado. No admiraban tanto en él los espectadores, aquella jineteada sobre ese bayo de mi flor, sino su mirada en pugna con la del tigre. Así impedía que se enhiestase, no le acaeciera lo que acontecía á cuantos la fiera despachurraba de atrás.

Disminuía el trecho peligroso. Observaban los reculones más y más renitentes del animal, la fa-