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LA GUERRA GAUCHA

ciente morrión rebasaba el monte, delineándose sobre el cielo.

Alguien profirió un nombre entre los oficiales. El asombro aplacó los ceños. Pasó de mano en mano el anteojo.

Por fin lo veían. En efecto, era él.


Trasnochó allá con su escolta, pregustando aquel suceso que marcaría el término de la obra colosal. Concluía ella en el Mes de América, en el Mes del Gran Grito; y tal coincidencia lisonjeaba más su orgullo.

Primero en evocar la patria por los páramos del norte lejano, apellidándola de gloria en la Quebrada histórica, había nacido con aquella predilección de la suerte que a porfía le dedicaba sus galardones. El triunfo iniciábase con el día, soberbiamente: la aurora á su espalda y Salta á sus pies.

Habían trepado por la vertiente opuesta, sin que un soplo estremeciera las ramas, aun overa de estrellas la noche, alta la canción de los manantiales, distinto el lloro de las hierbas que goteaban su exceso de rocío. Después, trenzábanse los garabatos en un cinturón de cilicio, pasado el cual se dilataban los hombros del gigante. El canto de las corrientes enmudecía. Un esfuerzo más, y repecha-